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martes, 8 de noviembre de 2011

LA VIE EN ROSE ( LA VIDA EN ROSA)

Ojos que hacen bajar los nuestros
Una risa que se pierde sobre su boca
He aquí el retrato sin retoque
Del hombre a quien pertenezco

Cuando me toma en sus brazos,
Me habla bajito
Veo la vida en rosa,
Me dice palabras de amor
Palabras diarias,
Y eso me produce algo especial
Entró en mi corazón,
Una parte de felicidad
Que conozco la causa,
Es él para mi,
yo para él para toda la vida
Me lo dijo, lo juró
Por la vida.
Y en cuanto lo perciba
Entonces siento en mi
Mi corazón que late.

Noches de amor eternas
Una gran felicidad que se sienta su
Problemas, penas se borran
Feliz, feliz a morir

Cuando me toma en sus brazos,
Me habla bajito
Veo la vida en rosa,
Me dice palabras de amor
Palabras diarias,
Y eso me produce algo especial
Entró en mi corazón,
Una parte de felicidad
Que conozco la causa,
Es él para mi,
yo para él para toda la vida
Me lo dijo, lo juró
Para la vida.
Y en cuanto lo perciba
Entonces siento en mi
Mi corazón que late.

Música de fondo

Música de fondo


Hay penas que terminan
avergonzándonos:

zonza, desprestigiada, monocorde
como el zumbido
del moscardón contra el cristal o como
una vieja tía que se instala en casa
y teje y teje mascullando,
así

esa pena que no se fue nunca
y que mancha de tizne las mañanas.

En el cine, en la ducha, en el mercado,
en medio de la tarde o de la noche
dice la pena idénticas palabras
sin aspavientos
sin coloraturas,
sorda,
monotemática,
invencible.

De vez en cuando, sin embargo, el fiero
alacrán escondido se despierta,

salta
sobre mi corazón.
Su mordedura
vuelve a hacerlo sangrar.
Por el dolor
deduzco que no he muerto

Algo hermoso termina

Algo hermoso termina

Todos los días del mundo
algo hermoso termina.
Jaroslav Seifert

Duélete:
como a una vieja estrella fatigada
te ha dejado la luz. Y la criatura
que iluminabas
(y que iluminaba
tus ojos ciegos a las nimias cosas
del mundo)

ha vuelto a ser mortal.
Todo recobra
su densidad, su peso, su volumen,
ese pobre equilibrio que sostiene
tu nuevo invierno. Alégrate.
Tus vísceras ahora son otra vez tus vísceras
y no crudo alimento de zozobras.
Ya no eres ese dios ebrio e incierto
que te fue dado ser. Muerde
el hueso que te dan,
llega a su médula,
recoge las migajas que deja la memoria.

ELEGÍA A UN CICLISTA de JOSÉ MARÍA MEMET

Viéronle correr por estas calles,
escapado, en punta.
La neblina cubría los cerros,
la vida, su mirada
y en su mirada la ciudad quedaba atrás,
tal vez hasta Dios quedaba atrás.

Las nubes, los árboles fijos al espacio
- al subir esa montaña que es la idea -
lo ven pasar en embalaje,
lo ven doblar, perderse,
la recta lo devuelve hasta la hoja
en que yo escribo.

Viéronle correr a la distancia,
a la distancia el pelotón y la rodada.
Al entrar al cementerio
el escapado pedalea más aprisa.
Las tumbas y los nichos se abren todos
y los muertos ven pasar esta carrera;
por los lados se abren fosas y más fosas,
- nadie entiende -
cientos, miles de ojos ya al vacío
van a tierra...

...la quietud se logra al avanzar
todos los trechos,
si el hombre es el momento
la libertad se justifica.

Ya no logra detenerse. Sigue y sigue,
los pedales van al rojo.
Se alzan cruces por doquier
aunque van a campo abierto,
eso indica que la muerte se propaga
emparejada a este poema,
al cual -ya amenazado, casi censurándose-
no le queda sino huir
a un lenguaje más confuso.

Se avista la llegada. Se oyen vivas
y banderas que se alzan.
Apresúranse los rezagados,
los que siempre creyeron
- incluso en los momentos de más sangre -
que el camino es táctica y amor.

Las llantas van humeando
pero la fricción no puede ya dañar
estas palabras.
Ya no existe el escapado,
todos van allá en la punta,
el lenguaje es el recurso con que corro
en esta vía;
la meta es inminente,
la victoria será nuestra.

(del libro: Cualquiera de Nosotros, 1980)

LA MISIÓN DE UN HOMBRE

LA MISIÓN DE UN HOMBRE
de JOSÉ MARÍA MEMET (Neuquén, Argentina, 1957): Nacionalizado chileno en 1970, José María Memet es uno de los poetas más representativos de la promoción de escritores que se forjaron durante el período más duro de la tiranía pinochetista

Un hombre es un hombre
en cualquier parte del universo
si todavía respira.

No importa que le hayan
quitado las piernas
para que no camine.

No importa que le hayan
quitado los brazos
para que no trabaje.

No importa que le hayan
quitado el corazón
para que no cante.

Nada de eso importa,
por cuanto,

un hombre es un hombre
en cualquier parte del universo
si todavía respira

y si todavía respira
debe inventar unas piernas,
unos brazos, un corazón,
para luchar por el mundo.

(del libro: Bajo Amenaza, 1979)

El fuego nuevo de Efraín Barquero

Efraín Barquero
El fuego nuevo

VE a buscar el fuego nuevo en las tinieblas.

Y con el pedernal que fue mío golpea su puerta

pidiéndole abrigo, diciéndole mi nombre.

Porque el fuego recuerda al último

que lo alumbró con su boca

arrodillándose como ante un animal herido

soplándole la cara de pan enterrado.

Y que nadie te vea porque el hombre está

desnudo cuando pide o da algo de sí mismo,

algo que no se vuelve a dar sino después de la muerte

y con el rostro vuelto, y con la mano sin dedos.

Que no te vea nadie cuando apagas el fuego viejo

y prendes el fuego nuevo.

Y te acompaña la primera o la última palabra dicha

antes de irte de todas partes.

Y te acompaña tu propia oscuridad

y el frío del amanecer con que se mira el mundo

cuando todos duermen hace mucho tiempo.

Cuando tú también estás muerto

y buscas dentro de ti la vieja llave de la casa.

Buscas los utensilios que han cambiado de sitio.

Buscas lo que no se puede hallar dos veces.

Y te acuerdas de todo lo que hacías,

del soplido de tu boca en el gran soplo.

Del nombre del fuego apagado

que es el mismo del fuego encendido.

COGIÓ un puñado de fuego apagado

y al hacerlo escuchó levantarse el viento

-el que pule las piedras hasta darles suavidad

de algunos rostros y del cuerpo de las madres.

Y al hacerlo escuchó el llamado misterioso

igual que cuando bruñen con cenizas el fuego viejo

-el corazón de cristal en el fondo de las copas

o en la luna vacía de todos los espejos.

Siempre se estremeció al oír ese sonido

como si alguien debiera aparecer de inmediato.

Era una señal, una orden

-la del sacrificador, de la víctima

-la del encantador, de la serpiente

-la de los amantes silenciosos.

Y él la escuchó de nuevo al frotar entre los dedos

esos granos ásperos y suaves de ceniza, de hollín,

parecidos a las semillas de un día muerto para siempre

que los hombres llevan en los bolsillos de la ropa

y pierden sin poder recordar quién se las dio.

Porque no hay nadie que pase ante un fuego extinguido

sin repetir ese rito de los viejos orígenes

-de detenerse ahí

-de arrode arrodillarse ahí.

Como ese hombre inmóvil en la penumbra

en trance de escuchar el viento entre los árboles

o de soplar la piedra donde el fuego surgió.

HERMOSO como el tigre es el misterio de ser hombre

y mirando el fuego con los ojos que me dio

cuando lo talle en la piedra que tengo preso

en el instante de saltar sobre otro animal.

Y el tigre vuelve a ser como el primero que vi,

ausente a toda mirada , inencontrable en sí mismo.

Como esta máscara tallada por el fuego en los muros

donde arden sus ojos al fondo de la noche.

Y yo temo mirarlos porque oscurecen los míos

con un velo tan fino, con una lejanía tan grande,

y nunca hubiera llovido, y no existiera ningún árbol,

y nadie apareciera en la faz oscura de la luna.

Porque ha vuelto a ser como la luna redonda

que hace manar el agua y abrirse el sexo de las piedras.

Un tigre cazado por un hombre. Y un hombre

meditando el misterio de estar vivo.